
En dos días me leí El niño con el pijama de rayas, de John Boyne. No fue una lectura buscada, simplemente el libro cayó en mis manos (y esto es literal): alguien se lo prestó a alguien, y cuando el segundo alguien se lo devolvía al primero, al preguntar servidora de qué iba, me lanzaron el libro a las manos con un "ya me lo devolverás".
Y así es como lo empecé a leer, porque soy incapaz de renunciar a un libro (fíjense que me leí El código Da Vinci que no hay por dónde lo coger, en mi opinión, aprovechando un préstamo a traición en un momento de convalecencia).
En fins. Que lo leí de una sentada en dos días aprovechando el viaje en Alsa (es de letra grande, por otra parte). No es que sea un librazo de la leche, pero es el arte de saber decir mucho con poco. El poder de las palabras, el ir hilando una historia con las pinceladas ingenuas de la visión de un guah.e de 9 años.